Al dar masajes, lo que estamos haciendo, en su forma más básica, es con-tacto. Tocar, sentir, unir, comunicar… Sin embargo, muy pocas escuelas de masaje hablan de cómo tocar, los currículos tienden más a menudo a centrarse en dónde tocar.

Entonces, ¿cómo debemos tocar?

Una de mis mejores profesoras de masaje me dijo una vez, que cuando estuviese dando un masaje imaginase que estaba caminando a lo largo de un río sin poder ver el suelo bajo del agua. En el lecho, bajo las aguas, puede haber rocas afiladas,  puede haber barro o arena…
Así que pusiese toda la atención en mi caminar, realizándolo  lentamente y con cuidado, como un ciego lo haría. Suavemente, sintiendo cada centímetro del lecho, del camino, y asegurándome de todo lo que allí se halla antes de cualquier acción o cambio. Porque nunca se sabe lo que hay allí: qué clase de dolores, tensiones, emociones cristalizadas, qué traumas del pasado, qué mentira o sufrimiento bajo la fina lámina del agua se halla a la espera de ser escuchado…
Y… “escuchar”… Escuchar bien con las manos. ¿Qué se siente? ¿Hace calor? ¿Hace frío? ¿Está hinchado? ¿Está tenso? ¿Puedes sentir el pulso, el líquido de la vida, corriendo a través de la carne? ¿Se halla duro como una roca? ¿Es pegajosa? ¿Es esponjoso? No asumir, no suponer, no enjuiciar… Tan sólo: escuchar  los mensajes del cuerpo bajo las manos.

Se trata de un modo de escuchar que requiere más que oídos, que implica una presencia y entrega amorosa. Se trata de vaciarse de uno mismo/a para recibir al otro y hacer posible así un verdadero encuentro.

El cuerpo con el que se está en con-tacto posee una historia tras de él, tiene una dirección por delante. Pero hoy, ahora mismo, en este momento, que ese cuerpo sea “el maestro”. Permitir que sea ese cuerpo el que diga “qué hacer”.  Que no sea la propia mente pensante la que proponga: «esto está así o asá y Yo puedo arreglar eso» o “esto se halla así y tendría que encontrarse de ésta otra forma y… yo sé, yo sé…”
Nosotros, los que realizamos el masaje, hemos de ser los servidores y seguir fervientemente a nuestro maestro: el cuerpo del cliente, que nos está diciendo con toda claridad lo que debe hacerse, lo que se está necesitando.

Las manos expertas sobre el cuerpo, leen, escuchan y reciben infinidad de información desde el “cuerpo maestro del cliente” entablándose una comunicación no verbal, naciendo una sincera relación sin juicios ni racionalizaciones, creándose de éste modo un vínculo de confianza y una conexión, que facilita el despertar del médico interno del cliente para que, de éste modo, encuentre su propia medicina y  la sanación.

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